Erase una vez
una joven princesa que vivía con su padre en la corte. Hacía tiempo que su
madre había muerto. Ella era una princesa educada para ser reina y además,
había realizado estudios con los mejores profesores de la época y debido a su
educación tenía unos firmes principios basados en la justicia y la solidaridad.
El último deseo
de la reina antes de morir en el parto de su hija, fue que ésta se casara con
un príncipe con el que fuera tan feliz como ella lo había sido con su padre. El
rey, queriendo lo mejor para Camila, que así se llamaba su hija, pensó en un
joven rico y tan guapo que todas la tendrían envidia; pero se olvidó de la
bondad de una persona…
En aquella época
era habitual la celebración de fiestas con bailes para que los príncipes y princesas
de los distintos reinos se conocieran y de este modo surgieran enlaces de
aquellas celebraciones.
Pasaban los
días, los meses y los años y Camila seguía soltera, de modo que su padre
decidió que con 21 años era hora de que encontrara al hombre con quien
compartiría el trono. Por esta razón, y coincidiendo con el 25 aniversario de
la coronación del rey, se organizó una fiesta que duraría tres noches y a ella
acudiría toda la realeza de los reinos colindantes.
El rey se
interesó por los jóvenes apuestos de los alrededores y encargó varios vestidos
de hilo fino para que la joven princesa llevara a dicha celebración, pues debía
ser la más hermosa de los bailes y encontrar al príncipe que la acompañaría
para el resto de su vida. Su hija, que para nada estaba de acuerdo con la
celebración de esa fiesta porque sabía lo que su padre pretendía; intentó por
todos los medios que se cancelara, pero su esfuerzo fue en vano.
Llegó el día más
esperado por el rey. La princesa, rindiendo pleitesía a su padre, sabía que debía
acudir a esa fiesta puesto que de no hacerlo le defraudaría ya que él lo que
quería por encima de todo era cumplir lo que la reina antes de morir le había
pedido. La primera cena comenzó y tras el postre, empezaba el baile. Todos intentaban
bailar aunque sólo fuera por un momento con Camila pero ésta sólo podía bailar
con los que a su padre le parecieran bien.
Con muchos
hombres bailó aquella noche, tratando todos de camelarla y conquistarla con sus
riquezas y sus posesiones, pero ninguno realmente la gustó.
El día siguiente
se mantuvo en su habitación tanto tiempo como pudo; se resistía a bajar al
salón sabiendo que su padre sólo se interesaba por contentar al resto de los
invitados y siendo su objetivo principal encontrar a un hombre para casarla. Se
entretenía atusándose el cabello, eligiendo qué vestido ponerse, cambiándose
los zapatos… con lo que se excusaba ante su padre de no bajar a la fiesta.
Finalmente, no
pudo alargar más el momento y se dispuso a bajar por las escaleras. Se encontró
con la misma imagen que la noche anterior: hombres tratando de aparentar algo más
de lo que en realidad eran. Y de nuevo conoció y bailó con muchos jóvenes, pero
ninguno la llamaba atención.
Sin embargo, en
esa fiesta conoció a un joven príncipe, apuesto y simpático a ojos de Camila, al
cual nunca antes había visto. Este príncipe ya había estado la noche anterior
pidiendo al rey poder bailar con su hija, sin ésta saberlo, pero había recibido
un no por respuesta. Tras mucho insistirle al rey, se le concedió un baile. Ella,
sin mostrar las pocas ganas que por dentro tenía, se puso en posición y
comenzaron a bailar. De pronto, la princesa comenzó a sentir un cosquilleo en
el estómago, algo que nunca la había ocurrido antes, sabía que era algo único y
que tenía un solo significado, pero ese momento tan sólo iba a durar unos
instantes más, de modo que sólo la dio tiempo a preguntarle su nombre.
La princesa,
atrevida y obstinada, pidió a su padre bailar de nuevo con él pero se les
prohibió tajantemente. A Camila, decepcionada con su padre, sólo la consolaba
que quedaba una noche más de baile y tenía que hacer lo posible para convencer
al rey de ello.
Al día
siguiente, impaciente y nerviosa, la princesa estaba deseando que llegara la
noche para poder bailar con Serbu, que así la había dicho que se llamaba.
Aquella mañana fue eterna para ella, nunca pensó que tendría tantas ganas de
que llegara esa última noche. Eligió para ese baile el vestido más bonito de
todos los que tenía. Esta vez se vistió y se dispuso a bajar al salón del baile
tan pronto como pudo y como era de esperar, ahí estaba un gran número de
caballeros entre los que se encontraba el joven de la otra noche. Ella
ruborizada, bajó las escaleras y mirándole asintió con la cabeza.
La fiesta comenzó.
Era la última noche, el último día del baile en el que el rey decidiría con
quien debía casarse su hija. De nuevo, Camila fue obligada a bailar con varios
de los príncipes que a la fiesta acudieron. Pensaba que su padre la permitiría
bailar con el joven de la otra vez puesto que sabía lo mucho que a ella le
apetecía; pero no fue así, pues a su parecer no era suficientemente bueno para
ella.
Sin embargo,
Camila que sabía que ese hombre era el que la haría feliz el resto de su vida,
pidió a su padre una oportunidad. El rey aceptó y decidió someter a Serbu a
unas pruebas; si las superaba, se podría casar con su hija la princesa.
El príncipe
tenía que encontrar un regalo hermoso, el más hermoso del mundo para
ofrecérselo a su hija; además tenía que demostrar que era una persona buena y, por último, que la amaba con locura.
La princesa le
dijo a su padre que no era necesario ya que parecía buena persona y ella sabía
que se tenía que casar con él, pero el rey se mostró inflexible y si no se
cumplían sus peticiones no autorizaría el enlace.
Serbu, que vivía
en el reino vecino, se dispuso a hacer el viaje de vuelta mientras pensaba como
podría realizar esos deseos del rey pues
realmente estaba prendado de la princesa.
Al ser el viaje tan
largo, tuvo que parar en una posada para
comer y pernoctar al calor, pues fuera llovía y hacía frío. Allí había un
mendigo vestido con harapos, aspecto sucio y pelo y barba descuidada. Cuando el
príncipe se sentó en una mesa, el mendigo se acercó y le dijo:
- Señor, dadme
unas monedas para comer algo y poder descansar en la posada.
- Tomad 10
coronas y comed, secaos junto al fuego de la chimenea.
Encargó a su
mozo que le diera al mendigo una de sus capas
- Gracias señor,
¿Como os lo puedo agradecer?
- Tranquilo, ya
me devolveréis el favor otro día
Al día
siguiente, después de un sueño reparador y un gran almuerzo, el príncipe
continuó el camino hasta su reino.
Por fin al
atardecer comenzó a divisar las cimas de las montañas que rodeaban su ciudad y
según se acercaba el espectáculo le maravilló, ¿Cómo no se había dado cuenta
antes?
El día siguiente
se dedicó a descansar y unas horas
después inició el viaje de regreso en busca de la princesa; no podía esperar
más.
Cuando llegó al
reino de la princesa, su padre el rey, no quería dejarla marchar por si era un
engaño del joven príncipe, así que éste le propuso que les acompañara y de esa
manera enseñarle a él también ese regalo hermoso.
Se pusieron en
camino y al llegar la noche decidieron parar en la misma posada que paró el
príncipe la última vez. Allí estaba un mendigo que al acercarse el rey le pidió
ayuda
-
Señor, dadme unas monedas para comer y
descansar en la posada…
El rey ni
siquiera le miró y enseguida, uno de los mozos se puso en medio para evitar que
molestara al rey. Entonces, el mendigo reconoció al príncipe y se echó a sus
pies.
-
Señor, os recuerdo; hace unos días me
disteis unas monedas, he comido y dormido caliente estos días y esta capa que llevo
es la vuestra, gracias señor.
El rey se sintió
avergonzado por su actitud y reconoció que el comportamiento del príncipe había
sido el de un hombre generoso, el príncipe era un hombre bueno.
Hicieron noche
en aquella posada y a la mañana siguiente emprendieron de nuevo el camino hacia
el reino del príncipe. El viaje se hizo largo pues el rey necesitaba descantar
y pararon alguna vez más.
Al atardecer,
estaban ya próximos a su reino; divisaban la ciudad y un paisaje maravilloso se
extendió ante ellos. La luz de la puesta de sol caía sobre la ciudad bañándola
en oro y ese cuadro que duró unos minutos fue el presente más bello y hermoso
que el príncipe pudo ofrecer a sus invitados. Todos quedaron boquiabiertos contemplando
ese momento mágico, pero cuando la luz se fue desvaneciendo, el encanto se
rompió y la comitiva continuó su camino a palacio.
El príncipe
agasajó a sus invitados con deliciosos manjares y a los cuatro días, brindando en
una comida, el príncipe pidió la mano de la princesa al rey.
-
Señor, me gustaría casarme con vuestra
hija porque la quiero con locura; para demostrarlo estoy dispuesto a marcharme
a vivir a vuestro palacio y abandonar mi casa y mi reino y abdicar en mi
hermano.
Serbu y Camila
ya se habían declarado su amor y ella estaba segura de querer compartir su vida
con él, un hombre al que no sólo no le importaban las cosas materiales sino que
también era bueno y lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de
que la belleza puede estar en cualquier lugar; fue de esta manera como se cumplieron
los tres deseos del rey.
He cambiado:
-
Que el deseo de la reina era que su hija
se casara en lugar del rey para
-
Que el rey pida a su hija casarse con él
para evitar el incesto
-
Que sea el rey quien pida 3 cosas en
lugar de la princesa como condiciones para poder casarse su hija
-
Que los deseos no sean cosas materiales
para darle otro valor al cuento
He mantenido:
-
Que la reina había muerto hace años para
conservar detalles importantes de la historia original
-
Que sea una familia de la realeza para
mantener el tipo de personajes del cuento
-
Que se celebren 3 noches de baile porque
es un número mágico en los cuentos
-
Que al principio sea el rey quien decida
con quien debe casarse su hija
Es un cuento muy bonito, pero en una adaptación has de respetar el viaje iniciático y, para eso, la protagonista debe salir de su casa y madurar y el príncipe debería enamorarse de ella, ignorando que es una princesa, gracias a las estratagemas que ella crea. Por otra parte, las pruebas que ayudan a madurar, deberían ser para la protagonista y no para el príncipe.
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